Simone Weil: la atención como generosidad


«La atención es la forma más rara y pura de generosidad»



Simone Weil 
(1909-1943; pronunciado  vei ) fue una persona extraordinaria. Si no conoces la historia de su vida, te recomiendo ver la conmovedora y profundamente personal película de Julia Haslett, “An Encounter with Simone Weil”. La película comienza con el cineasta canalizando a Weil con la pregunta: "¿Qué respuesta nos exige ver el sufrimiento humano?" 

Weil creía que nos exige prácticamente todo lo que tenemos para dar: "haz siempre lo que más te cueste". Su compromiso inquebrantable con el activismo en nombre de "los afligidos" fue un factor en su temprana muerte. No está claro exactamente cómo murió. Parece haber sido por una tuberculosis exacerbada por la mala alimentación. Una historia en torno a su muerte es totalmente consistente con la forma en que vivió. Cuenta la historia que al diagnosticar su enfermedad, el médico de Weil le ordenó descansar y comer bien —los únicos remedios conocidos en ese momento. Sin embargo, se negó a comer más que las personas que vivían con las más escasas raciones de tiempos de guerra. (Años antes, se había negado a calentar su apartamento en solidaridad con los soldados que dormían al aire libre en el invierno). Así, su muerte fue declarada como suicidio. En cualquier caso, quizás lo más importante que hay que saber sobre Simone Weil es que, como escribe uno de sus biógrafos: “En cuanto a su muerte, cualquier explicación que uno dé, decantará finalmente en decir que ella murió de amor.”

El amor por el que murió fue por los trabajadores y los pobres en su Francia natal y más allá. Incluso fue a España en 1936 para luchar contra los fascistas en ascenso, uniéndose a la unidad anarquista conocida como la Columna Durruti. Más adelante en la vida, su amor se dirigió hacia Dios. 

Al leer esa palabra, "Dios", me imagino que muchos lectores, como la cineasta Haslett, pueden sentirse "traicionados por el giro de Weil hacia Dios". Pueden compartir la consternación de sus camaradas de izquierda cuando Weil abrazó lo que solo puede llamarse misticismo. Discutir esta extraña característica del pensamiento materialista de Weil me permitirá señalar algunos puntos importantes sobre lo que siento que son deficiencias en la práctica anarquista, pedagógica y de otro tipo. Espero crear así un recurso útil para los educadores.

Podemos plantear el problema como una pregunta: ¿Pueden los materiales teológicos ser valiosos para una pedagogía rigurosamente terrenal? Porque, si hay una suposición entretejida a lo largo de este sitio web, es que deseamos encontrar soluciones del mundo real, en lugar de sobrenaturales, a los problemas que enfrentamos en nuestras escuelas. Entonces, ¿qué podría ofrecernos la teología?

Primero me gustaría pedirles que consideren el concepto de “teología inversa” de Theodor Adorno. Este concepto sostiene que necesitamos darle la vuelta a la comprensión tradicional del trabajo realizado por la teología. El teólogo Paul Tillich dijo que nuestro mundo atribulado presenta preguntas —¿qué es la justicia? ¿cómo debemos tratarnos unos a otros?— a las que la teología proporciona respuestas. Esta rígida correspondencia de arriba hacia abajo crea un abismo infranqueable entre lo absoluto y lo real. Peor aún, ignora y perpetúa las mismas condiciones sociales que hacen que los conceptos teológicos sean necesarios para empezar.

La solución de Adorno es invertir esta correspondencia. Entiendo que nos está pidiendo que pensemos en el ideal teológico (justicia, redención, perdón, utopía, amor) como una especie de forma platónica virtual que desafía y, de hecho, cuestiona,   el “dañado mundo” mismo. Nuestra tarea es  actualizar  estas formas construyendo realidades concretas inmanentes a partir de imágenes idealizadas trascendentales. 

De esta manera, la teología nos ofrece materiales vitales para actuar en el mundo. (Discutiré la idea del aula como una "utopía concreta" en una publicación futura). Un elemento crucial en el pensamiento de Adorno es el de Bilderverbot,  o la prohibición judía contra las imágenes de "lo divino". Cuando elaboramos “ídolos” a partir de estos conceptos “divinos” cosificándolos y codificándolos (irónicamente, tal como lo hace la teología) los hemos atado y amordazado y los hemos vuelto inadecuados como ideas socialmente aplicables.

Creo que el uso que hace Simone Weil de las ideas teológicas nos ofrece su máximo cuando se entienden de manera similar. Ella insistió, después de todo, en que “El objeto de mi búsqueda no es lo sobrenatural, sino este mundo”. Se negó, incluso, a idolatrar el currículo escolar que estaba obligada a cumplir como maestra de secundaria. Más bien, razonó que si enseñaba a sus alumnos a “amar la verdad”, el resto se seguiría. (En otro lugar escribió: “Lo que es necesario no es que los iniciados aprendan algo, sino que se produzca en ellos una transformación que los haga capaces de recibir la enseñanza”). No se seguiría probablemente, claro, como el gobierno francés quería; pero se seguiría en términos de fomentar estudiantes con integridad. (La consecuencia de no ceñirse al plan de estudios, junto con su activismo, fue que Weil fuera constantemente transferida a distintas escuelas).

Entonces, cuando leemos “Dios” en un texto de Weil, nos encontramos con la inversión misma de una  imagen antropomorfizada o espiritualizada. Al prohibir tal imagen, estamos, algo paradójicamente, preservándola como un material virtual y aplicable. En un notable pasaje del capítulo perspicazmente titulado “El ateísmo como una purificación” en  La gravedad y la gracia, Weil escribe:

Un caso de contradictorios que son verdaderos. Dios existe: Dios no existe. ¿Dónde está el problema? Estoy completamente segura  de que hay un Dios en el sentido de que estoy completamente segura de que mi amor no es ilusorio. Estoy completamente segura  de que no hay un Dios en el sentido de que no hay nada real que se parezca a lo que yo puedo concebir cuando pronuncio ese nombre. No obstante, lo que no puedo concebir tampoco es una ilusión.

Digamos que “Dios” es la imagen de una persona (o incluso un animal) completamente libre de opresión, completamente alejado de los interminables acosos del mundo. Podemos hacer lo mismo con otros conceptos teológicos. Por ejemplo: amor, redención, justicia, perdón, cielo/utopía. En cada caso, estamos hablando de posibilidades que sabemos que  existen, virtualmente, al menos, porque, precisamente, tenemos el concepto mismo y anhelamos su cumplimiento. (De hecho, somos nosotros quienes hemos creado estos conceptos, estas posibilidades, nosotros mismos, a partir de nuestra necesidad.) También sabemos que no existe en lo actual. Lo sabemos, primero, por el estado del “dañado mundo”, y segundo, por la subsiguiente persistencia de ese anhelo. Lo que existe como actualidades mundanas son, más bien, la injusticia, el odio, el castigo, el infierno, etc. Es nuestra tarea ensamblar ambientes vividos desde la perspectiva imposible de lo absoluto. Es crucial tener en cuenta que esto es "imposible" solo en el sentido de lo que el autor anarquista John Clark llama "Imposibilidades posibles": "Las imposibilidades posibles incluyen cosas que solo son posibles en 'otro mundo' más allá del sistema actual de determinación social y dominación social.” De hecho, como insiste James Baldwin: “Lo imposible es lo mínimo que uno puede exigir”.

¿Cómo es que esto es un recurso para los educadores? Simone Weil nos brinda una práctica muy específica a inyectar en la atmósfera misma del aula. Es una práctica, además, que pretende cultivar el sujeto, la persona, idónea para emprender tal imposibilidad posible. También es una práctica derivada de la teología, aunque algo heréticamente. Weil también insiste en un  Bilderverbot, en palabras de Adorno, para no sobredefinir el concepto y sobredeterminar la práctica, que serían extremadamente contraproducentes. 

Seguiré aquí el ejemplo de Weil y presentaré la idea solo de manera sugerente, principalmente en sus propias palabras. El resto depende de ti. Tres citas de  La gravedad y la gracia:

Tenemos que tratar de curar nuestras faltas con la atención y no con la voluntad... La atención, llevada al más alto grado, es lo mismo que la oración... Presupone la fe y el amor. La atención absolutamente pura es oración.

Si palabras como estas vinieran de alguien que no fuera una activista comprometida y una analista política sofisticada como Simone Weil, yo sería el primero en descartarlas como pasivas hasta el punto de confabularse con los agentes brutales del dañado mundo. En cambio, las entiendo como un llamado a una especie de  a priori, o condición previa, para el trabajo de ensamblar el mundo de acuerdo con lo absoluto imposible. Esta condición previa exige una práctica contemplativa en la que “la voluntad”, posiblemente una facultad que es cómplice del dañado mundo, se vuelve coja y muda. Esta abducción permite otra facultad, la de la “atención”, que es “algo muy diferente”.

La voluntad sólo controla unos pocos movimientos de unos pocos músculos, y estos movimientos están asociados con la idea del cambio de posición de los objetos cercanos. Puedo querer poner mi mano plana sobre la mesa. Si la pureza interior, la inspiración o la verdad del pensamiento estuvieran necesariamente asociadas a actitudes de este tipo, podrían ser objeto de voluntad. Como no es así, sólo podemos rogar por ellas. Rogar por ellas es creer que tenemos un Padre en el cielo [es decir, el absoluto imposible]. ¿O deberíamos dejar de desearlas? ¿Qué podría ser peor? La súplica interior es el único camino razonable, pues evita el endurecimiento de los músculos que no tienen nada que ver con el asunto. ¿Qué podría ser más estúpido que tensar nuestros músculos y apretar nuestras mandíbulas por la virtud, la poesía o la solución de un problema? La atención es algo muy diferente.

Particularmente me encanta la línea "¿O deberíamos dejar de desearlas?" ¿Por qué querrías pensar, soñar, concebir y construir sin conceptos como la justicia, el amor y la utopía? En efecto, ¿no es la “educación” en sí misma un absoluto tan imposible que denomina… qué, exactamente? 

Más significativamente, para Weil, la atención fija nuestra conciencia de lo que ella llama "aflicción", el sufrimiento aparentemente intratable de la humanidad.

La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: “¿Cuál es tu tormento?”. Es saber que el desdichado existe, no como una unidad más en una serie, no como ejemplar de una categoría social que porta la etiqueta “desdichado”, sino como persona, semejante en todo a nosotros, que fue un día golpeado y marcado con la marca inimitable de la desdicha. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle una cierta mirada.

Esta mirada es, ante todo, atenta; una mirada en la que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir al ser al que está mirando tal cual es, en toda su verdad. 

Sólo es capaz de ello quien es capaz de atención.


En «Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar el amor a Dios», Weil se vuelve más específica:

La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable por el objeto; significa tener en nuestra mente, al alcance de este pensamiento, pero en un nivel inferior y no en contacto con él, los diversos conocimientos que hemos adquirido y de los que nos vemos obligados a hacer uso. Nuestro pensamiento debe estar en relación con todos los pensamientos particulares y ya formulados, como un hombre en una montaña que, al mirar hacia adelante, ve también debajo de él, sin mirar realmente, una gran cantidad de bosques y llanuras.

Ante todo, nuestro pensamiento debe estar vacío, a la espera, sin buscar nada, sino dispuesto a recibir en su desnuda verdad el objeto que ha de penetrarlo.

Weil creía que “El trabajo académico es uno de esos campos que contienen una perla tan preciosa que vale la pena vender todas nuestras posesiones, sin quedarnos nada para nosotros, para poder adquirirla”. Esta perla preciosa es la atención. El hecho de que el estudiante “resuelva” el problema de geometría es secundario a la cualidad practicada de la atención abierta, más que voluntaria, que está potencialmente presente en tal ejercicio.

En cada ejercicio escolar hay una manera especial de esperar la verdad, poniendo el corazón en ella, pero no permitiéndonos salir a buscarla. Hay una manera de prestar atención a los datos de un problema de geometría sin intentar encontrar la solución o a las palabras de un texto latino o griego sin intentar llegar al significado, una forma de esperar, cuando estamos escribiendo, para que la palabra correcta salga por sí sola al final de nuestra pluma, mientras que simplemente rechazamos todas las palabras inadecuadas.

Es así, dice, que “Todo ejercicio escolar… es como un sacramento”. Weil es profundamente consciente de la escuela como, en términos de Louis Althusser, un aparato ideológico del Estado. En el salón de clases se están modelando sujetos para la brutal maquinaria capitalista que es el destino de los estudiantes. Por lo tanto, la preocupación de Weil no es, en primera instancia, "obtener la respuesta correcta". Para alguien con la capacidad de atención junto con una necesidad real, ese conocimiento se seguirá. Se puede aprender, además, desde un canal de Youtube o desde una app robótica. 

Ocurre entonces que, por paradójico que parezca, una prosa latina o un problema de geometría, aunque estén mal hechos, pueden ser de gran utilidad algún día, siempre que les dediquemos el debido esfuerzo. Si se presenta la ocasión, pueden un día hacernos más capaces de dar a alguien en aflicción exactamente la ayuda requerida para salvarlo, en el momento supremo de su necesidad.


((( - - )))