"digo lo que pienso"

Sin pensarlo a veces, salen de la boca sentencias que tal vez preferiríamos haber no dicho. Solo bastaba estar atento y esperar a que el impulso automático por hablar se disolviera. Como  ocurre eventualmente con todo. Pero no. Nos dejamos llevar por el fervor de una emoción irracional y cual <autómata> sale una daga verbal volando directo a causar alguna herida a alguien.

Y solo después del fugaz exabrupto caemos casi siempre en cuenta de que ese acto fue totalmente innecesario. Como si se nos arrancara el <Mr. Hyde del Dr. Jekyll>. O como si nos diera un momentáneo y espontáneo <síndrome de tourette>.

Para algunos "decir lo que pienso" es incluso valorado como una "virtud", aunque lo que se diga sea completamente banal o descartable, o derechamente: basura.  Pero esos son casos más graves de algo que nos pasa a todos en lo cotidiano. Es usual que caigamos en el exabrupto innecesario y fuera de lugar bajo el errado supuesto  de que todo hablar emana siempre desde el más profundo acto de reflexión.

La verdad es que ese fenómeno ocurre, muy por el contrario, a causa de una falta de conciencia profunda de nuestros procesos interiores. 

Para empezar: no todo lo que uno piensa es necesariamente verdad, ni beneficioso, ni oportuno, ni benevolente; factores característicos del <hablar conciente y armonioso>.

En general cuando alguien defiende su exabrupto diciendo "yo digo lo que pienso" está en realidad justificando erupciones emocionales que se vomitan sin medir las consecuencias del acto.  Ni siquiera podemos decir estrictamente que ello venga "de uno mismo" como un acto enteramente conciente, sino que se trata del producto de una actividad mental-coporal automatizada o una reacción-hábito semi-conciente.

Puesto de otra forma: esas desubicaciones son simplemente una perturbación emocional que desencadena una serie de reacciones mentales y corporales que estresan al organismo, y éste, como una olla a presión, solo quiere explotar para liberarse de la incomodidad. Pero ocurre tan veloz y estamos tan bajo el efecto de la reacción emocional, que ni nos damos cuenta.

¿Qué pasaría si estuviésemos atentos a lo que sucede en el interior a todo momento, de manera que inmediatamente notáramos este fenómeno mental-corporal y en vez de actuar hechizados por la inconciencia lo viésemos como realmente es — un fenómeno que surge y se disuelve? ¿Qué pasaría si entonces el organismo volviese a su estado normal sin tener que haber causado daño innecesario?

Nuestro hablar se iría refinando gradualmente, eso es seguro. Hablaríamos lo que reflexionáramos y fuese verdadero, oportuno, empático y beneficioso. Los desechos verbalizables de nuestros hábitos emocionales destructivos serían descartados y dejaríamos que se esfumasen solos.

Y de eso se trata básicamente la práctica de la <virtud> (<sīla>). En este caso graficado en el hablar. En el fondo: actuar siempre a conciencia y no dominados por una excitación.

Eso también es practicar meditación.

Perdón:

Eso es practicar meditación.


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